IV
No era usual ver a Mariano correr para salvar su vida. Menos, huir de la policía, y mucho menos, en compañía de un enano. Jamás imaginó que un ser con esas piernas encorvadas y pequeñas pudiera desarrollar velocidades tan altas. Recordó los días de educación física en el colegio, que para él resultaban particularmente tortuosos, en los que un hombre desagradablemente varonil lo hacía correr como ganado alrededor de una pista atlética. Para cuando logró alcanzar al enano, no tenía la más remota idea del lugar en el que se encontraba.
-Oiga, ¿qué hace? Tenemos que devolvernos y explicarle al oficial lo que sucede.
-Ah, no. Si quiere, vaya usté, pero yo sí no me vuelvo a meter en esa casa.
-Pero es que si huimos van a pensar que somos culpables.
-¡Ja! La policía no piensa, papá. La policía con tener alguien a quien puedan mostrar en las noticias que da contenta.
-No,-dijo Mariano con tono de duda- eso no es verdad.
-¿Qué no? ¡Ja! Si a mi ya una vez me metieron preso por idiota. No voy a dejar que me vuelvan a meter. Además, ese Indio está muy bien conectado y seguro que eso se vuelve noticia esta noche. Nos metimos en la grande, y no nos podemos sacar sino nosotros.
-Bueno, pero, y entonces, ¿qué piensa hacer?
-Encontrar yo mismo al Indio.
-¿Cómo así?
-Sí, yo soy investigador privado.
Mariano no pudo dejar de soltar una pequeña risa de burla. Un enano era, definitivamente, la antítesis del paradigma de investigador privado que él tenía. Eso, por supuesto, bajo la necesaria aclaración de que este era el primero que conocía.
-Fresco, papá. Ríase. Todo el mundo hace lo mismo, pero cuando ven mi trabajo, ahí sí me respetan. De hecho, a veces ayuda ser así porque la gente lo subestima a uno.
-Disculpe,-dijo Arcasti claramente apenado- no era mi intención burlarme de usted.
-Tranquilo parce que yo ya estoy acostumbrado.
-Bueno, y entonces, ¿por dónde empezamos?
-¿Empezamos?
-Pues sí. En esto estamos metidos los dos, porque yo también soy inocente.
-¡Jajaja! Fresco papá, que usté tiene una cara de inocente y niño lindo que no puede con ella. Pues hágale, camine, que seguro en algo me puede ayudar. Usté debe tener amigos ricos que nos puedan ayudar.
-¿Adónde vamos?
-Pues donde empiezan todas las investigaciones serias: a mi oficina.
-Oiga, ¿qué hace? Tenemos que devolvernos y explicarle al oficial lo que sucede.
-Ah, no. Si quiere, vaya usté, pero yo sí no me vuelvo a meter en esa casa.
-Pero es que si huimos van a pensar que somos culpables.
-¡Ja! La policía no piensa, papá. La policía con tener alguien a quien puedan mostrar en las noticias que da contenta.
-No,-dijo Mariano con tono de duda- eso no es verdad.
-¿Qué no? ¡Ja! Si a mi ya una vez me metieron preso por idiota. No voy a dejar que me vuelvan a meter. Además, ese Indio está muy bien conectado y seguro que eso se vuelve noticia esta noche. Nos metimos en la grande, y no nos podemos sacar sino nosotros.
-Bueno, pero, y entonces, ¿qué piensa hacer?
-Encontrar yo mismo al Indio.
-¿Cómo así?
-Sí, yo soy investigador privado.
Mariano no pudo dejar de soltar una pequeña risa de burla. Un enano era, definitivamente, la antítesis del paradigma de investigador privado que él tenía. Eso, por supuesto, bajo la necesaria aclaración de que este era el primero que conocía.
-Fresco, papá. Ríase. Todo el mundo hace lo mismo, pero cuando ven mi trabajo, ahí sí me respetan. De hecho, a veces ayuda ser así porque la gente lo subestima a uno.
-Disculpe,-dijo Arcasti claramente apenado- no era mi intención burlarme de usted.
-Tranquilo parce que yo ya estoy acostumbrado.
-Bueno, y entonces, ¿por dónde empezamos?
-¿Empezamos?
-Pues sí. En esto estamos metidos los dos, porque yo también soy inocente.
-¡Jajaja! Fresco papá, que usté tiene una cara de inocente y niño lindo que no puede con ella. Pues hágale, camine, que seguro en algo me puede ayudar. Usté debe tener amigos ricos que nos puedan ayudar.
-¿Adónde vamos?
-Pues donde empiezan todas las investigaciones serias: a mi oficina.
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