VI
Dijo Alvaro Uribe Peña, el enano, que la mejor manera de empezar la investigación era en los burdeles. Las mujeres de mala muerte tenían más información, según él, que cualquier servicio de espionaje, y si eran tratadas debidamente, no tendrían problema en compartir la información.
Media hora más tarde, entraban Alvaro y Mariano en un modesto establecimiento de entretenimiento localizado en la Caracas, cerca del lugar donde vivía y trabajaba el Indio Amazónico. Un negro, alto y flaco, cuidaba la entrada. Otro enano hacía sonar un piano. Mariano tuvo que verlo con cuidado para percatarse que no sólo tenía problemas de crecimiento, sino que además tenía atrofiados los músculos de los brazos. Para tocar, tenía que mecerse de manera entre conmovedora y graciosa. Las paredes eran cubiertas por espejos, el rojo y el negro llenaban el lugar entre paredes y sofás. Había una pista de baile iluminada con luces de colores sobre el piso blanco. Sonaba la canción Decisiones. Una pareja de clientes bailaba con dos chicas, y el resto esperaba de pie en la pista. Cuando Uribe y Sarasti entraron, todos los ojos se volvieron sobre ellos.
- Trate de no parecer marica- dijo en secreto Alvaro antes de dirigirse a la pista de baile. Mariano intentó responder con ironía que eso había intentado hacer toda su adolescencia sin lograrlo, pero sus palabras se perdieron entre el coro de la canción. El enano entró con propiedad a la pista, saludó con piropos a las chicas, y luego se perdió de vista a medida que ellas lo rodearon. Algunas voltearon a ver a Mariano, que se sintió como presa a punto de ser cazado por una jauría. Mariano hizo caso omiso, miró hacia otro lado, y se perdió en sus pensamientos. De repente una de las chicas lo abordó:
- ¿Verdá que nunca habés ido a una casa de citas?- preguntó con una voz dulce y falsa, que pretendía simular la de una niña.
- No. Bueno, sí, una vez fui a la despedida de soltero de un amigo, pero...
- Venga, papito, tranquilo que no mordemos, y lo tratamos con cariño- dijo la puta, mientras le acariciaba la nuca y lo halaba hacia la pista de baile.
- Señora, es que usté no entiende...
- ¡Oiga!-interrumpió el enano que emergió del grupo de chicas como un zombie del piso en las películas de terror- présteme plata para comprar una botella. Usted sabe,-se acercó y le dijo en tono de secreto- es para la investigación.
Mariano sacó un billete, con precaución evidente, y se lo dio. El enano le preguntó si quería algo de tomar, y Mariano pidió dos gin and tonic. Alvaro hizo caso omiso y trajo aguardiente. La escena se repitió un par de veces, hasta que el enano, borracho, se acercó borracho y sonriente.
- Mano,- empezó- yo sé que usté tiene eso de que no le gustan los hombres, ni nada. Quién sabe por qué le pasaría. Y pues no se preocupe, a cualquiera le puede pasar, pero pues haga el esfuerzo y verá que le gusta, cómase a una de estas viejas mano, y verá que mañana está bien concentrado para encontrar al Indio Amazónico.
Y bebieron y bailaron, y el enano fornicó. Y se quedaron dormidos, y los echaron cuando amaneció.
Media hora más tarde, entraban Alvaro y Mariano en un modesto establecimiento de entretenimiento localizado en la Caracas, cerca del lugar donde vivía y trabajaba el Indio Amazónico. Un negro, alto y flaco, cuidaba la entrada. Otro enano hacía sonar un piano. Mariano tuvo que verlo con cuidado para percatarse que no sólo tenía problemas de crecimiento, sino que además tenía atrofiados los músculos de los brazos. Para tocar, tenía que mecerse de manera entre conmovedora y graciosa. Las paredes eran cubiertas por espejos, el rojo y el negro llenaban el lugar entre paredes y sofás. Había una pista de baile iluminada con luces de colores sobre el piso blanco. Sonaba la canción Decisiones. Una pareja de clientes bailaba con dos chicas, y el resto esperaba de pie en la pista. Cuando Uribe y Sarasti entraron, todos los ojos se volvieron sobre ellos.
- Trate de no parecer marica- dijo en secreto Alvaro antes de dirigirse a la pista de baile. Mariano intentó responder con ironía que eso había intentado hacer toda su adolescencia sin lograrlo, pero sus palabras se perdieron entre el coro de la canción. El enano entró con propiedad a la pista, saludó con piropos a las chicas, y luego se perdió de vista a medida que ellas lo rodearon. Algunas voltearon a ver a Mariano, que se sintió como presa a punto de ser cazado por una jauría. Mariano hizo caso omiso, miró hacia otro lado, y se perdió en sus pensamientos. De repente una de las chicas lo abordó:
- ¿Verdá que nunca habés ido a una casa de citas?- preguntó con una voz dulce y falsa, que pretendía simular la de una niña.
- No. Bueno, sí, una vez fui a la despedida de soltero de un amigo, pero...
- Venga, papito, tranquilo que no mordemos, y lo tratamos con cariño- dijo la puta, mientras le acariciaba la nuca y lo halaba hacia la pista de baile.
- Señora, es que usté no entiende...
- ¡Oiga!-interrumpió el enano que emergió del grupo de chicas como un zombie del piso en las películas de terror- présteme plata para comprar una botella. Usted sabe,-se acercó y le dijo en tono de secreto- es para la investigación.
Mariano sacó un billete, con precaución evidente, y se lo dio. El enano le preguntó si quería algo de tomar, y Mariano pidió dos gin and tonic. Alvaro hizo caso omiso y trajo aguardiente. La escena se repitió un par de veces, hasta que el enano, borracho, se acercó borracho y sonriente.
- Mano,- empezó- yo sé que usté tiene eso de que no le gustan los hombres, ni nada. Quién sabe por qué le pasaría. Y pues no se preocupe, a cualquiera le puede pasar, pero pues haga el esfuerzo y verá que le gusta, cómase a una de estas viejas mano, y verá que mañana está bien concentrado para encontrar al Indio Amazónico.
Y bebieron y bailaron, y el enano fornicó. Y se quedaron dormidos, y los echaron cuando amaneció.
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