lunes, junio 05, 2006

VII

Una vez sentados en un desayunadero, el enano confesó:

- Estoy enamorado.
- ¿Qué? ¿De quién?
- Dolores.
- ¿La prostituta?
- No es ninguna prostituta, es una princesa wayú. No le diga así.
- Alvaro, qué pena decirle de esta manera, pero esa es una mujer que recibe dinero por acostarse con hombres, ¿cómo se va a enamorar de ella?
- Mire, mariquita,-dijo Uribe con disgusto- la situación de ella es temporal, ella hace eso porque el hermano la obligó, pero yo me la voy a llevar.
- Bueno, pues yo sigo pensando que es una prostituta. Puede que ella no fuera así, pero ahora se acuesta con el que le pague, y eso le tiene que cambiar a la gente la manera de ser. Y no me hable golpeado, que yo lo que intento es darle un consejo sincero.
- ¿Consejo sincero? Salga ya que le voy a mostrar lo que opino de su consejo...
- ¿Cómo así?
- Le voy a dar en la jeta, por cacorro bocón.
- Ay, no, lo que me faltaba. Un macho alfa bonsai.
- Roscón, galletica, chupavergas...
- ¡Ay, véalo! Cómo defiende a su Blanca Nieves el enanito...debe ser Gruñón.
- Lo espero afuera.

Y en un acto sin precedentes, Mariano salió del lugar para pelear. Nunca había recurrido a la fuerza física en su vida, pero en los últimos dos días había estado dispuesto a batirse a muerte en dos veces, las dos, casualmente, con Alvaro Uribe, el enano.

Al salir, esperaba ver a su contrincante sin camisa en alguna pose amenazante y desplegando su virilidad (sin camisa, por ejemplo). Lo que encontró, sin embargo, fue su pequeño cuerpecito tendido sobre el piso, inerte. Dio un par de pasos, y sintió un fuerte golpe en la cabeza. Cayó al piso con mareo y desconcierto. Oyó unas voces, y vio a un grupo de hombres con túnicas blancas. Se hacían reclamos entre unos y otros.

- ¡Sí vio! Le dije que era mejor con el pañuelo, ¿qué tal que lo hubiera matado? Déjeme.
- Ay, bueno, pues hágale usté.

Sacó un pañuelo del bolsillo, lo empapó con el líquido de una botella, y lo puso sobre la cara de Mariano, que sin fuerzas, no pudo resistir. Durmió.