XI
Alvaro Uribe no se sentía cómodo entre homosexuales. Más allá del respeto que tenía que demostrarles por las normas de tolerancia desarrolladas en las últimas décadas, siempre sintió que había algo malo en ellos. Estaban en una casa como cualquier otra, unas cuadras más arriba de la séptima. Un lugar agradable, con buena música, y varias mesas llenas. Uribe no sabía si optar por una actitud seria e imponente, o intentar pasar desapercibido. Un diagnóstico acertado de su estado habría sido agresivo-confundido.
Mariano entró caminando como Cruela Devil. Los tres monjes en túnica lo seguían, y por último, el enano. Todos los ojos del lugar se pusieron sobre ellos, algunos con risas, y otros con lascivia. Mariano se topó de frente con un hombre sonriente y canoso que llevaba un trago en cada mano.
- ¡Oiga! ¿Y usté es que ya no saluda? Claro, como ahora es importante...
- Víctor, ¿cómo anda?
- Bien, ¿y usté? ¿Con quién vino?
Mariano hizo un gesto para guiar la mirada de Víctor, quien, al ver al grupo, abrió los ojos exageradamente.
- No, mijito, ¡con razón lo busca la policía! Quién sabe en qué cosas anda...-y concluyó con una carcajada.
- ¡Ay, Víctor, no moleste! Mire que en serio estoy metido en un rollo.
- Y, ¿necesita ayuda?
- ¡Pues claro! Por eso vine acá. Necesito saber bien el chisme.
- Ah, eso sí, no estás en el lugar equivocado. ¿Qué chisme? ¿Necesita que le ayude?
- Ay, pues sí.
- Diga nomás.
- Pues, por favor, siente a este circo en una mesa para que dejen de mirarnos, mientras yo encuentro a la persona que vine a buscar.
- Hágale, vaya fresco- dio media vuelta y se dirigió al grupo- ¡A ver, todos, en fila india, detrás mío!- Todos miraron a Mariano.
- Vayan con él y yo ya los alcanzo.
Todos fueron tras Víctor. Mariano dio una vuelta por el bar, hasta encontrar a un amigo de nombre Darío. Tras unas breves palabras, Darío lo siguió con cara de preocupación hasta la mesa que había ido a buscar Víctor. Cuando llegaron, encontraron al enano como una estatua malgeniada, los monjes con más de un trago en la cabeza, y a Víctor riendo a carcajadas.
- Oiga, Víctor, uno a usted si no lo puede dejar sólo ni un minuto, ¿no? ¿De qué se ríe?
- Estos tipos me acaban de contar la historia de que usté es El Elegido- dicho esto, los monjes hicieron su maniobra típica.
- ¡Víctor, no moleste! Mire que estoy metido en un lío y tengo cosas muy serias que hacer...
- Ay, pero, ¿de qué se preocupa tanto? ¿Qué es lo que necesita?
- Pues para empezar, tengo que encontrar al Indio Amazónico, porque dicen que yo lo secuestre.
- ¡Cuál secuestro! Ese tipo está de luna de miel en las Islas del Rosario con el tipo por el que lo dejó su exnovio, Miguelito Marulanda, ¿no sabía? A mí sí me parecía un poco exagerado todo esto para una escena de celos...
Mariano quedó estupefacto. El enano quedó de pie sobre la silla. Darío no entendía nada, y los tres monjes miraban desde el piso con la cabeza ladeada. Acababan de entender que a El Elegido no le gustaban las mujeres.
Mariano entró caminando como Cruela Devil. Los tres monjes en túnica lo seguían, y por último, el enano. Todos los ojos del lugar se pusieron sobre ellos, algunos con risas, y otros con lascivia. Mariano se topó de frente con un hombre sonriente y canoso que llevaba un trago en cada mano.
- ¡Oiga! ¿Y usté es que ya no saluda? Claro, como ahora es importante...
- Víctor, ¿cómo anda?
- Bien, ¿y usté? ¿Con quién vino?
Mariano hizo un gesto para guiar la mirada de Víctor, quien, al ver al grupo, abrió los ojos exageradamente.
- No, mijito, ¡con razón lo busca la policía! Quién sabe en qué cosas anda...-y concluyó con una carcajada.
- ¡Ay, Víctor, no moleste! Mire que en serio estoy metido en un rollo.
- Y, ¿necesita ayuda?
- ¡Pues claro! Por eso vine acá. Necesito saber bien el chisme.
- Ah, eso sí, no estás en el lugar equivocado. ¿Qué chisme? ¿Necesita que le ayude?
- Ay, pues sí.
- Diga nomás.
- Pues, por favor, siente a este circo en una mesa para que dejen de mirarnos, mientras yo encuentro a la persona que vine a buscar.
- Hágale, vaya fresco- dio media vuelta y se dirigió al grupo- ¡A ver, todos, en fila india, detrás mío!- Todos miraron a Mariano.
- Vayan con él y yo ya los alcanzo.
Todos fueron tras Víctor. Mariano dio una vuelta por el bar, hasta encontrar a un amigo de nombre Darío. Tras unas breves palabras, Darío lo siguió con cara de preocupación hasta la mesa que había ido a buscar Víctor. Cuando llegaron, encontraron al enano como una estatua malgeniada, los monjes con más de un trago en la cabeza, y a Víctor riendo a carcajadas.
- Oiga, Víctor, uno a usted si no lo puede dejar sólo ni un minuto, ¿no? ¿De qué se ríe?
- Estos tipos me acaban de contar la historia de que usté es El Elegido- dicho esto, los monjes hicieron su maniobra típica.
- ¡Víctor, no moleste! Mire que estoy metido en un lío y tengo cosas muy serias que hacer...
- Ay, pero, ¿de qué se preocupa tanto? ¿Qué es lo que necesita?
- Pues para empezar, tengo que encontrar al Indio Amazónico, porque dicen que yo lo secuestre.
- ¡Cuál secuestro! Ese tipo está de luna de miel en las Islas del Rosario con el tipo por el que lo dejó su exnovio, Miguelito Marulanda, ¿no sabía? A mí sí me parecía un poco exagerado todo esto para una escena de celos...
Mariano quedó estupefacto. El enano quedó de pie sobre la silla. Darío no entendía nada, y los tres monjes miraban desde el piso con la cabeza ladeada. Acababan de entender que a El Elegido no le gustaban las mujeres.
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